viernes, 30 de agosto de 2013

+ || El 23 de la calle Astorgata, el Trenzalore.






El casco viejo de la ciudad de Lillehammer, y teniendo en cuenta que el lugar en sí mantiene esa estética de pueblo (Casas de dos plantas, arquitectura de piedra, pocos edificios de pisos, grandes plazas a las que se llega gracias a pequeños senderos de callejuelas repletas de tiendas rurales y comercios… Y sin duda, en el centro del pueblo, la iglesia y el ayuntamiento, aunque la iglesia está fuera de la plaza mayor, donde el ayuntamiento está instalado desde casi la Edad Media aunque con otro nombre).

La calle Astorgata es un paso principalmente peatonal, ya que gran cantidad de antiguos comercios siguen abiertos manteniendo las costumbres de lo rural y tradicional. Zapaterías, cafeterías milenarias, sastrerías, correos… Pocos lugares como esos quedaban aún.
Aunque Sebastian tiene que hacer un largo viaje para llegar a ese extremo de Noruega cada vez que acude el taller, no le importa demasiado, ya que piensa en la forma en la que se ve esa calle por la noche, o en navidad, incluso cuando nieva… Parece un cuadro en movimiento, una fotografía con volumen y expresiones de asombro que provocan tiritar. Pero en realidad se trata del frío que hace; real, natural debido al hemisferio en el que se encuentra. Además, Lillehammer está rodeado de montañas altas y nevadas. Pero la sensación sigue siendo maravillosa a pesar de que siempre se ha decantado por el calor y el fuego.

Al terminar la calle, al final de ésta, está permitido girar a izquierda o derecha para continuar por otra calle que llevan o bien a una pequeña plazoleta si giras a la izquierda, o bien a una calle que solo guía a callejones sin salida, y más tarde, a una cuesta que lleva a las afueras del pueblo; en la zona derecha de edificios, haciendo esquina, se encuentra el taller que Sebastian posee. Trabaja con madera, juguetes, incluso de vez en cuando con zapatos e instrumentos musicales.

Lo primero que logra verse es el buzón grisáceo, a la antigua, con la banderilla roja bajada normalmente ya que no suele recibir muchas cartas. En éste reza la siguiente palabra << Trenzalore >> , bajo el número 23. Aunque ese es el verdadero nombre del taller, es más conocido simplemente por ser “el taller de Sebastian” ya que la gente suele hablar de las ágiles manos que tiene el hombre para ser aún tan joven, llegando de ésta forma a ser lo bastante conocido por el lugar, incluso querido.

La pared del edificio de un solo piso es grisácea, incluso logra verse que le faltan unas cuantas capas de pintura… Pero a Sebastian le agrada mucho más de esa forma natural. La puerta está hecha de madera de ébano, la más resistente, la más duradera, la que aguanta agua y viento sin agrietarse. Madera con la que suele trabajar.

Una vez en el interior, nada más entrar por la puerta, los ojos de una persona lo suficientemente alta o sino, curiosa, logran fijarse en el reloj que está en la pared. Un cuco, también de madera, el primer trabajo que hizo en ese taller, un objeto, sin duda, con cierto valor sentimental.

A la izquierda del lugar está la ventana, bajo ésta un sillón de piel artificial marrón oscura, y otro sillón cruzado del mismo juego. Frente a ambos, la chimenea crepita dando calor a todo el lugar, dando un ambiente hogareño.
El armario donde guarda todo tipo de material de trabajo, un perchero de pared y normalmente una butaca de madera.

En la zona derecha del taller, justo al lado de la puerta, está el perchero de pie, comprado hace años en Francia, con hojas de voluta decorando la zona superior de la cabecera de éste. De madera oscura, policromada. Seguidamente hay una pequeña puerta donde Sebastian guarda la madera y demás materiales con los que trabaja y da forma.
Una escalera, también de madera, no demasiado alta, para poder cambiar la bombilla que cuelga despreocupada del techo, sobre la mesa, alumbrando suave.
La mesa de taller en la que trabajada, de la misma madera de ébano que la puerta, y de nuevo otro taburete donde suele dar forma a pequeñas piezas de madera.

A sendos lados del reloj de cuco de la pared hay dos habitaciones. A la izquierda se encuentra el cuarto de baño; una ducha bastante grande (con un pequeño banco de madera que él mismo ha hecho, para poder sentarse en el interior y pasar las horas muertas bajo el agua caliente contrastando con ese frío Noruego) rodeada de una alfombra de tacto suave, ocre. El retrete frente a la ducha, al lado derecho de la puerta un pequeño armario con todo tipo de materiales y utensilios de aseo y limpieza.
Lo que más llama la atención del cuarto de baño es la cómoda también de madera de ébano; el grifo reluce, el espejo está oculto bajo una pequeña cortina blanca corredera. Tras el espejo se encuentra el pequeño botiquín.

La otra sala es la sala de estar, y donde Sebastian normalmente hace su vida cuando transcurre al taller y abandona su casa en Hedmark, o bien, donde duerme debido a que es tarde para volver a casa y se pasa la noche trabajando.

Frente a la chimenea, se encuentra una pequeña mesa de cristal, de té, bajo ésta una alfombra de pelo sintético marrón oscuro (como la de la propia sala de taller). Rodean la mesa dos sillones; uno de tres plazas, de color oscuro, casi negro, de tacto suave, y una butaca del mismo modelo (la cual utiliza como silla de escritorio). Una lámpara de pie negra se encarga de alumbrar la sala muy pocas veces.
Una ventana redonda en la pared en la que se apoya un escritorio también hecho por el propio Sebastian, de madera, y sobre éste, un ordenador portátil. La única tecnología del lugar.
El guardarropa es un regalo de un hombre que una vez conoció en Australia, también amante del arte.
La cama está pegada a la pared contraria a lo anteriormente referido; no es una sábana, sino una manta de lana blanca con rombos rojizos la que se encargan de proporcionarle calor por las noches.
En la pared frente a la chimenea hay un mural que ocupa casi toda la superior de ésta de tonos ocres, a pincelada gruesa, de forma abstracta. De nuevo un regalo. Un regalo de un cura de Notre Dame.

Falta por añadir una pequeña estantería que está haciendo, donde colocar pequeños tomos de fábulas sueltas pendientes de leer.

Toda la casa está rodeada de pequeños candelabros de cirios blancos aromáticos, que parecen salir de las paredes, para tratar de despejar de vez en cuando ese olor habitual a pintura y madera. El olor que destila es algo más suave y menos empalagoso que la vainilla, natural.

Y en ese lugar, Sebastian es donde se evade de todo el mundo y se centra en sí mismo.

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