El casco
viejo de la ciudad de Lillehammer, y teniendo en cuenta que el lugar en
sí mantiene esa estética de pueblo (Casas de dos plantas, arquitectura de
piedra, pocos edificios de pisos, grandes plazas a las que se llega gracias a
pequeños senderos de callejuelas repletas de tiendas rurales y comercios… Y sin
duda, en el centro del pueblo, la iglesia y el ayuntamiento, aunque la iglesia
está fuera de la plaza mayor, donde el ayuntamiento está instalado desde casi la
Edad Media aunque con otro nombre).
La calle
Astorgata es un paso principalmente peatonal, ya que gran cantidad de
antiguos comercios siguen abiertos manteniendo las costumbres de lo rural y
tradicional. Zapaterías, cafeterías milenarias, sastrerías, correos… Pocos
lugares como esos quedaban aún.
Aunque
Sebastian tiene que hacer un largo viaje para llegar a ese extremo de Noruega
cada vez que acude el taller, no le importa demasiado, ya que piensa en la
forma en la que se ve esa calle por la noche, o en navidad, incluso cuando
nieva… Parece un cuadro en movimiento, una fotografía con volumen y expresiones
de asombro que provocan tiritar. Pero en realidad se trata del frío que hace;
real, natural debido al hemisferio en el que se encuentra. Además, Lillehammer
está rodeado de montañas altas y nevadas. Pero la sensación sigue siendo
maravillosa a pesar de que siempre se ha decantado por el calor y el fuego.
Al terminar
la calle, al final de ésta, está permitido girar a izquierda o derecha para
continuar por otra calle que llevan o bien a una pequeña plazoleta si giras a
la izquierda, o bien a una calle que solo guía a callejones sin salida, y más
tarde, a una cuesta que lleva a las afueras del pueblo; en la zona derecha de
edificios, haciendo esquina, se encuentra el taller que Sebastian posee.
Trabaja con madera, juguetes, incluso de vez en cuando con zapatos e
instrumentos musicales.
Lo primero
que logra verse es el buzón grisáceo, a la antigua, con la banderilla roja
bajada normalmente ya que no suele recibir muchas cartas. En éste reza la siguiente
palabra << Trenzalore >> , bajo el número 23. Aunque ese es el
verdadero nombre del taller, es más conocido simplemente por ser “el taller de
Sebastian” ya que la gente suele hablar de las ágiles manos que tiene el hombre
para ser aún tan joven, llegando de ésta forma a ser lo bastante conocido por
el lugar, incluso querido.
La pared del
edificio de un solo piso es grisácea, incluso logra verse que le faltan unas
cuantas capas de pintura… Pero a Sebastian le agrada mucho más de esa forma
natural. La puerta está hecha de madera de ébano, la más resistente, la más
duradera, la que aguanta agua y viento sin agrietarse. Madera con la que suele
trabajar.
Una vez
en el interior, nada más entrar por la puerta, los ojos de una persona lo
suficientemente alta o sino, curiosa, logran fijarse en el reloj que está en la
pared. Un cuco, también de madera, el primer trabajo que hizo en ese taller, un
objeto, sin duda, con cierto valor sentimental.
A la
izquierda del lugar está la ventana, bajo ésta un sillón de piel artificial
marrón oscura, y otro sillón cruzado del mismo juego. Frente a ambos, la
chimenea crepita dando calor a todo el lugar, dando un ambiente hogareño.
El armario
donde guarda todo tipo de material de trabajo, un perchero de pared y
normalmente una butaca de madera.
En la zona
derecha del taller, justo al lado de la puerta, está el perchero de pie,
comprado hace años en Francia, con hojas de voluta decorando la zona superior
de la cabecera de éste. De madera oscura, policromada. Seguidamente hay una pequeña
puerta donde Sebastian guarda la madera y demás materiales con los que trabaja
y da forma.
Una
escalera, también de madera, no demasiado alta, para poder cambiar la bombilla
que cuelga despreocupada del techo, sobre la mesa, alumbrando suave.
La mesa de
taller en la que trabajada, de la misma madera de ébano que la puerta, y de
nuevo otro taburete donde suele dar forma a pequeñas piezas de madera.
A sendos
lados del reloj de cuco de la pared hay dos habitaciones. A la izquierda se
encuentra el cuarto de baño; una ducha bastante grande (con un pequeño
banco de madera que él mismo ha hecho, para poder sentarse en el interior y
pasar las horas muertas bajo el agua caliente contrastando con ese frío
Noruego) rodeada de una alfombra de tacto suave, ocre. El retrete frente a la
ducha, al lado derecho de la puerta un pequeño armario con todo tipo de
materiales y utensilios de aseo y limpieza.
Lo que más
llama la atención del cuarto de baño es la cómoda también de madera de ébano;
el grifo reluce, el espejo está oculto bajo una pequeña cortina blanca
corredera. Tras el espejo se encuentra el pequeño botiquín.
La otra sala
es la sala de estar, y donde Sebastian normalmente hace su vida cuando
transcurre al taller y abandona su casa en Hedmark, o bien, donde duerme debido
a que es tarde para volver a casa y se pasa la noche trabajando.
Frente a la
chimenea, se encuentra una pequeña mesa de cristal, de té, bajo ésta una
alfombra de pelo sintético marrón oscuro (como la de la propia sala de taller).
Rodean la mesa dos sillones; uno de tres plazas, de color oscuro, casi negro,
de tacto suave, y una butaca del mismo modelo (la cual utiliza como silla de
escritorio). Una lámpara de pie negra se encarga de alumbrar la sala muy pocas
veces.
Una ventana
redonda en la pared en la que se apoya un escritorio también hecho por el
propio Sebastian, de madera, y sobre éste, un ordenador portátil. La única
tecnología del lugar.
El
guardarropa es un regalo de un hombre que una vez conoció en Australia, también
amante del arte.
La cama está
pegada a la pared contraria a lo anteriormente referido; no es una sábana, sino
una manta de lana blanca con rombos rojizos la que se encargan de
proporcionarle calor por las noches.
En la pared
frente a la chimenea hay un mural que ocupa casi toda la superior de ésta de
tonos ocres, a pincelada gruesa, de forma abstracta. De nuevo un regalo. Un
regalo de un cura de Notre Dame.
Falta por
añadir una pequeña estantería que está haciendo, donde colocar pequeños tomos
de fábulas sueltas pendientes de leer.
Toda la casa
está rodeada de pequeños candelabros de cirios blancos aromáticos, que parecen
salir de las paredes, para tratar de despejar de vez en cuando ese olor
habitual a pintura y madera. El olor que destila es algo más suave y menos
empalagoso que la vainilla, natural.
Y en ese lugar, Sebastian es donde se
evade de todo el mundo y se centra en sí mismo.




