lunes, 9 de diciembre de 2013

+|| Lo sé, porque lo sabe Tyler.



Aquella vez no había cogido el avión, sino que había llegado de una forma poco habitual. Conocía a un hombre que vivía en aquel lugar, en las profundidades de la selva del Amazonas, aquel hombre podía curarme verdaderamente la sordera de la que padecía. Había mejorado, sin duda, pero no había logrado recuperar el cien por cien del oído.
Tyler. Ese era el nombre de aquel amigo con el que había compartido algún que otro momento. Tyler Aaron. Era fácil de impresionar si te apasionaba la naturaleza y sus secretos. Un claro amante de la humanidad, de la fauna, la flora, la vida a base de propios méritos y pocos métodos y artilugios artificiales. Todo era mera supervivencia.

Nada más llegar  Tyler me recibió con los brazos abiertos. Era un hombre sonriente, muy masculino, con el pelo recogido en rastas y una corta barba castaña rodeaba su gesto infantil. Vestía la ropa habitual de la tribu, solo que de una forma más cuidada… Una especie de falda de hojas de palmera, y bajo esto, la ropa interior. Los nativos de aquella tribu ya se habían acostumbrado a esas visitas, y no se negaban a ellas, como muchas otras lo hacían, sino, que les recibían con literalmente, manjares del lugar.

Lo que buscaba hacer en ese lugar era el llamado “ritual de curación kambô”. Las  tribus lo utilizan para sanar el cuerpo, equilibrar la mente y realizar increíbles proezas espirituales.  Sin duda, se trata de un auténtico laboratorio farmacéutico de la Naturaleza que existe en el Amazonas.

Todo se mueve alrededor del Santo Daime, aquel al que alaban. Y el gran remedio, ignorando los… un tanto macabros, es la llamada bebida Céu do Mapiá.

Todo comenzó al atardecer de ese mismo día. Tyler me llevó a uno de esos bungalows hechos de hojas de palmera y barro. Hacía un calor sofocante, pero no tardé en sentirme mejor cuando vestí como ellos. Mejor dicho, como Tyler. El torso descubierto, los pies descalzos… No tardaron absolutamente nada dos mujeres en ponerse a dibujarme figuras en el rostro con una especie de pasta rojiza.

Tras unos segundos escuchando como el jefe de la tribu rezaba a Daime, le suplicaba por mí, sentía la expresiva y singular  mirada de Tyler sobre mí. Tenía los ojos cerrados y no podía abrirlos durante todo el ritual.

El proceso fue el siguiente: con una piedra ardiendo, hicieron pequeñas quemaduras en mi espalda, torso y hombros. Pusieron una especie de crema sobre las quemaduras, que de inmediato me provocaron fiebre y escalofríos. Seguí sin abrir los ojos. Lo que aquellos hombres me estaban esparciendo sobre las heridas era veneno de phyllomedusa bicolor, una rana amazónica.

Seguí con los ojos cerrados.

No tardaron en volver a quemarme: siete pequeñas quemaduras en el brazo izquierdo con un bastoncillo bañado en fuego. Tuve que aguantar imperturbable, apretando los dientes, tensando los hombros, el cuerpo, las mandíbulas.

Seguí con los ojos cerrados.

Notaba como el veneno corría por mis venas. Como ese ácido se paseaba por el interior de mi cuerpo causándome un dolor indescriptible, acelerado, como millones de agujas clavándose en mi organismo. De pronto sentí calor. Sentí un ardor fortísimo que salía del interior de mí, hacia el exterior. Pocas veces había tenido tanto calor en mi vida. Sudaba.

De pronto, noté entre mis manos un extraño pelaje que me buscaba. Palpé, y acaricié la cabeza de un animal. El chamán que dirigía todo me permitió abrir los ojos. El perro me miraba con ternura, con ojos sabios. Dicen que cuando el ritual ha terminado con éxito, el aura de la persona atrae a los animales.

Esperé solo dos días antes de recuperar por completo el oído.

Sin duda, fue un remedio verdaderamente eficaz, y prometí que la próxima regresaría a Noruega con Tyler.

domingo, 17 de noviembre de 2013

+ || No sé vivir solo con cinco sentidos.



Tras la última vez que vio a Sombra, la cual había logrado curarle las heridas de aquella madrugada, decidió alejarse de todo aquello. Quería no conocer a nadie, no sentirse vigilado, sentirse verdaderamente libre y sin cargas bajo los hombros… Bastante con que tenía que soportar aquellos latigazos cada noche a las dos y tres minutos de la madrugada.
Se asentó en un pequeño motel a la entrada de la ciudad de Los Ángeles, siquiera se paró a observan que lugar era aquel, la condición en la que estaba… Solo quería desaparecer.
La primera noche la pasó como todas las anteriores; recibió los latigazos, notó como la piel de su espalda se desgarraba, como su cuello quedaba rodeado con una férrea cadena de hierro al rojo vivo que le impedía respirar durante largos segundos… Y finalmente ese olor metálico de la sangre, que quedaba flotando en la estancia cada día, cada momento… El aborrecible tacto de la sangre.
Y así pasaron las noches de Sebastian, aislado de todo el mundo, hambriento, sediento, llevaba sin alimentarse cosa de un mes…

El día 23 de Octubre sucedió. Esperó la llegada del dolor, acurrucado contra la cama y la pared, escondido entre mantas viejas, con un temblor del que siquiera se percató. Sus ojos ya no tenían ese color grisáceo común, sino que se mostraba el color negro de un depredador hambriento, con sed de sangre… Y finalmente el reloj marcó la sentencia de muerte de Sebastian. Por un momento sus ojos mostraron una fina línea de fuego que recorrió esa oscuridad, y nada más desaparecer un fuerte pitido fue lo que lo hizo reaccionar.
Se puso en pie apretándose los oídos, dejándose guiar por ese instinto sanguinario. Toda la andrajosa habitación había quedado hecha cenizas cuando salió por la puerta. No tuvo que ir muy lejos para encontrar a aquella persona que saciaría su sed; el mismo hombre que le había asignado habitación.
Como una fiera, sin límites, se lanzó a su cuello con el fin de arrancar la vena carótida. Su camisa blanca descolada quedó teñida del color rojo de la sangre, al igual que su boca y sus manos y brazos. Tras vaciar al hombre, sacó su corazón. Se paró para observarlo, aún con el demonio guiándole, y fue entonces cuando se dio cuenta. El silencio absoluto reinó, haciéndole sentirse mareado. Sus ojos volvieron a ser grises, y cuando dejó caer el órgano al suelo, no escuchó como éste último lo recibía…
Se giró, respirando agitado, tembloroso, arrepentido, dolido por lo que había hecho, y se encontró con dos hombres vestidos con uniforme de policía que lo miraban con el gesto desfigurado del terror.

-          Las manos arriba… ¡Las manos arriba!

Trató de sacar valor el más delgado, a la par que alzaba la pistola hacia Sebastian. Tuvo que leer sus labios para entenderle. Sebastian alzó la cabeza, orgulloso, y no tardó más de medio segundo en tener los corazones de ambos entre sus ásperas manos. Los dejó caer de inmediato y fue cuando sintió el dolor. Le había disparado en el hombro derecho y éste sangraba. No había escuchado el disparo…
Salió, con los ojos llorosos, encharcados en lágrimas pero gesto fiero y seguro, por orgullo, y se fijó en que la sirena de los fallecidos también estaba encendida y no podía escuchar su sonido.
Nada, siquiera pudo escuchar como el edificio comenzó a arder en llamas.

Había dejado de sentir esos latigazos, ese dolor, pero… se había quedado sordo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

+ || No estoy huyendo de ti.



- Helienna…

Murmuró en sueños. Aquella mujer aparecía las noches de luna en las que anhelaba algo con fuerza, aquella vez, a Sombra. ¿Y porqué no salía el nombre de ella, de la bruja que había logrado provocarle aquel mal estado, aquel mal aspecto en la actualidad? ¿Por qué su cabeza buscaba abrir la caja de recuerdos y proyectar la imagen del ángel bañado en hilos dorados, en sábanas de finas sedas, rojizas, y desnuda, completamente desnuda. Un nudo se hizo en su garganta impidiéndole pensar con claridad. De pronto despertó.

Tuvo que incorporarse de inmediato cuando los lunares en forma de triángulo le ardieron. Para él no eran triángulos, era simplemente… el hombro. El demonio desconocía tal vínculo con el ángel, y por eso, siempre culpaba al cuerpo que poseía. Pero aquella vez era distinto; aquella vez era un cuerpo nuevo, incorruptible, no era lógico lo que ocurría.

Un latigazo, fugaz, invisible, que se marcó de inmediato en su espalda. No tardó en doblarse a la par que gruñía y se quejaba entre dientes, orgulloso como él solo.

Un susurro, espeluznante, placentero…

- Helienn… Sombra…

Otro latigazo que le provocó una arcada tras doblarse, hacerse una bola semidesnuda, de cintura para arriba. Sentía el ardor palpitar en aquella zona, y lo peor, es que normalmente el fuego era su aliado. ¿Por qué aquella vez no era así?

Nada más ponerse en pie, tuvo que volver a curvarse, haciendo que cayese al suelo de inmediato. La sangre de ese último latigazo comenzó a brotar de su espalda, y alrededor de su cuello se hicieron marcas en forma de cadenas, al igual que alrededor de sus muñecas. Ésta vez fue él quien grito, no ese susurro: “Odalys”. La llamaba, la necesitaba, no sabía que estaba ocurriendo, no comprendía que el ángel de su pasado había vuelto…

Las heridas en su espalda volvían a marcarse cada noche. Lo peor de todo aquello es que aquella vez, aquella maldita vez, no se curaban. Se mantenían impasibles, ardiendo en todo momento, hasta la noche siguiente. A las dos y tres minutos de la madrugada aquello se volvía a repetir, haciendo que Sebastian tuviese que doblarse, gritar, forcejear, y tratar de aguantar ese agudo dolor que sentía en la espalda. Para terminar, una especie de cadena invisible también bañada en fuego rodeaba su garganta y le dejaba sin respiración hasta que perdía la consciencia. Y así pasaron dieciséis noches. Dieciséis noches de tormento. Por las mañanas no podía trabajar, solamente se metía bajo el agua congelada buscando suavizar el calor de su espalda. Corrió la cortina oscura que cubría el único espejo de la casa, el del baño, a la quinta noche, percatándose entonces que lo que aquellos invisibles latigazos formaban en su espalda era un número. Un maldito número. El número veintitrés.

Al terminar la primera semana se negaba a acostarse en la cama, y hasta aquel día se mantuvo en todo momento sentado frente al fuego de la sala donde dormía. En ropa interior, cubierto con una manta. Se sentía frágil. Se sentía como cuando Hannibal le había abandonado... Repleto de dolor, de rabia, de odio... ¿Pero, a quién? Al parecer, nadie hacía aquellas cosas en la oscuridad. Algún tipo de magia. Eso es lo que pensaba.
Le llevó a atar cabos: el dolor de su hombro le llevó a los lunares siglos después. Se percato que aquello le ocurría a las "02:03" de la madrugada... 23. 23 latigazos. La forma de tal número... Se obsesionó y siquiera escuchó en ese momento la puerta. Llevaba 16 días sin salir de su taller. Sin alimentarse. Sus ojos, a los doce días, habían adquirido el color negro profundo de la oscuridad. Y no se había dado cuenta.

Oculto tras la sábana deshilachada, gris, se aproximó a la puerta para abrir. Estaba descalzo, y lo único que llevaba eran unas calzas negras.
No alzó la mirada para ver de quien se trataba, pero su olor lo reconoció de inmediato.

- Odalys...

Murmuró.

jueves, 10 de octubre de 2013

"Promesas..."



Aquella noche, Dante había salido a cazar. Odiaba aquello, odiaba que le dejase solo en el frío de la noche, que le dejase a solas con su padre. Hannibal pocas veces le dirigía la palabra, y si lo hacía, eran frases cortas y directas; no se andaba con rodeos… Quizás aquello era lo que más le gustaba de su padre.

Habían logrado instalarse en una vieja casa en Finlandia, al lado del frío lago de Jesagur; en teoría era la casa de su padre, donde había habitado durante años, años antes de que naciese.

A pesar de que la chimenea estaba encendida y el fuego crepitaba con fuerza debido a la buena leña hallada en el lugar, el frío lograba congelar sus huesos, e incluso en el interior de la casa, cuando Sebastian respiraba, una nube de vaho salía de entre sus labios. La temperatura en el exterior era de unos -30 grados, en el interior de unos -10 aproximadamente… La nieve había cubierto el suelo, la espesa vegetación, y había congelado el lago.

La única sala de estar de la casa era donde su padre pasaba la mayor parte del tiempo; pues era su sala de estudio a la vez que la habitación donde dormía Sebastian, sobre una litera hecha de madera. Siempre subía a la litera superior, para poder observar como su padre recogía todos sus planos, papeles y trastos, nada más que entraba, con el objetivo de salir del cuarto y dejarle descansar… o más bien, poder continuar con sus investigaciones.
Las reglas de la casa eran las siguientes:

1.       Si la puerta del cuarto está cerrada, no la abras.
2.       Si estás en la sala, y la puerta está cerrada, tampoco la abras.
3.       Si Hannibal está ocupado, busca otro entretenimiento… Pero jamás, jamás, le interrumpas.

Hannibal siempre buscaba encontrarse solo en una sala, al menos, sin la compañía de Sebastian y el lobo… Cosa que era extraña, pues cuando salían (que lo hacían muy a menudo) siempre estaba pendiente de su “hijo”.

Cuando esa noche Sebastian entró a la sala de estar, Hannibal tardó en recoger y ponerlo todo en orden. El niño aprovechó para apoyarse en la pequeña barandilla de madera de la litera superior, y mirar entre ese pequeño hueco que había. Observaba como escribía con parsimonia y gesto reflexivo, cosa que admiraba de su padre… Siempre le había admirado.
Finalmente, Hannibal se puso en pie y Sebastian procuró arroparse con rapidez para que su padre no se diese cuenta de que le había estado observando durante ese tiempo. Lo logró, aparentemente.
El hombre subió los tres peldaños de madera para observar a Sebastian, y le dedicó una de esas sonrisas irónicas, pero para Sebastian fue una de las sonrisas más verdadera que jamás había visto.

“Pobre chico… Cuando tiendes a admirar a una persona, aunque haga las cosas mal, tú siempre lo mirarás con buenos ojos, y lograrás sacar un “porqué” a esas reacciones negativas…”

Hannibal, tras tensar los labios, habló:

-          ¿Dónde está el lobo?

 Jamás llamaba a Dante por su nombre. No parecían llevarse demasiado bien… Pero Hannibal accedió a que se quedase con él porque al parecer, era con el único ser que podía mantener una conversación. Sebastian no hablaba con alguien que no fuese su padre, o Dante.

-          Ha salido a cazar…

 La suave voz, aniñada, pura, de Sebastian, brotó. Apretó los labios y desvió la mirada. No aguantaba esa mirada severa de su padre.

-          ¿Le has dado permiso…? ¿Cuántas veces he de decirte que es él quien debe amoldarse a ti, no tú a él?
-          Lo lamento, padre…

 No se atrevía a contestar algo que pudiese ofenderle. Hannibal se sentó en el borde de la cama, con gesto hosco, la espalda muy recta y un gesto altivo, elegante.

-          El lobo un día te abandonará, y solo te quedaré yo, ¿Qué harás entonces?
-          Yo… Lo sé, padre. Sé que siempre me quedarás tú. No me abandonarás.
-          Tienes tanto que aprender aún… No sé que voy a hacer contigo, Sebastian. Eres demasiado noble, demasiado tranquilo y sumiso… Pero sé que tras esa capa de chico bueno, tras esas pecas y ese rostro inocente, se esconde un verdadero monstruo… Y estoy deseoso de que salga a la luz.

El joven sintió miedo entonces, y con sus manos, buscó el cálido y suave pelaje del lobo negro. No había vuelto, y eso le hizo apretar los labios y escurrirse suavemente hacia abajo, hasta ocultar todo su cuerpo, hasta los labios, tras la manta roja que le arropaba.
Hannibal alzó las cejas ante tal movimiento y segundos después bajó las escaleras de la litera. Se colocó en la puerta, y antes de apagar la luz, dijo con voz grave.

-          Espero que mañana, cuando volvamos a vernos, no seas tan infantil. Buenas noches, hijo.

Sebastian musitó un “Sí, padre. Buenas noches” y se quedó dormido no mucho después de que apagase la luz y cerrase la puerta.

Habían pasado cinco horas desde que había sucumbido ante el reino de los sueños, más bien, el de las pesadillas. Cuando se despertó, lo hizo fatigado, incorporándose con brusquedad. Su mano derecha enseguida buscó a Dante, y finalmente lo encontró; había apoyado el hocico, manchado de sangre, sobre las piernas del niño, y ahora le miraba con esos ojos azules penetrantes que tanto amaba. Buscó encontrar un hueco bajo su brazo, por debajo del cual se metió ayudándose con su propio morro y cabeza, y dio un lametón a Sebastian. Estaba sudando, con los ojos, grises, más oscuros de lo normal, más… negros.
No tardó en mirar al lobo, y como si éste hubiese hablado Sebastian se bajó de la cama con rapidez seguido del animal y abrió la puerta del cuarto, incumpliendo la segunda norma que su padre un día impuso. El olor a sangre logró provocarle una profunda arcada. Las ventanas estaban abiertas de par en par, y el salón estaba revuelto debido al fuerte viento. Cuando fue a cerrar las ventanas, se percató de que había algo en el exterior, en la puerta; estaba todo lleno de sangre, la nieve bañada de ese color rojizo, pequeños riachuelos de sangre corrían buscando colarse bajo la rendija de la puerta… Lobos. Lobos desgarrados, abiertos de par en par, yacían en el suelo, acompañados de una gran pila de paja que rodeaba un árbol de férreo tronco. En el árbol había una mujer desnuda atada, con sogas rodeando sus muñecas, su cuello. Parecía estar congelada. Sebastian se aproximó, siempre vigilando que Dante le siguiera… Cuando se agachó la mujer alzó la vista; tenía los ojos amarillos, tenía las pupilas dilatadas, negras, y los incisivos se habían alargado tanto que sobresalían de su boca.
Sebastian se apartó con rapidez, asustado, y podría haberse tropezado de no ser por Dante, que estaba tras él, como un fuerte pilar.
La mujer rugía, buscando soltar sus manos, y entonces, habló: “Tu padre te ha abandonado”, gritó, ida, y comenzó a carcajearse mientras un hilo de baba resbalaba por su garganta.
Sebastian abrió mucho los ojos, sin poder creerlo, pero entonces vio algo que confirmó lo que aquella mujer había dicho: un cuervo se posó en el árbol y dejó caer una oreja, humana,  sobre la mujer; fue entonces cuando se dio cuenta de que le faltaba ésta. El cuervo no tardó en lanzarse al cuello de la mujer y desgarrarlo con el pico y las garras, mientras gritaba. La mujer trataba de soltarse entre gritos y sollozos, pero no lograba nada en absoluto. Dante buscó sus caricias, pero Sebastian ésta vez no respondió. Sus ojos se tornaron oscuros, negros, profundos como pozos sin fondo y la mujer comenzó a arder junto al cuervo. Al cuervo pareció no importarle, en cambio, la mujer lloraba, gritaba aún más fuerte, mientras sufría esa especie de tortura. Hasta que se calló, y poco después su cabeza se descolgó, rodando hasta sus pies.

Sebastian le hizo un gesto al lobo, y éste le acompañó al interior de la casa.
Unos días después, abandonaron Finlandia, y volvieron a Noruega.

Su padre le había abandonado.

lunes, 23 de septiembre de 2013

+ || Exorcizamus te, omnis immundus spiritus.


Cerró la puerta tras su espalda tras escuchar el leve susurro de Sombra, “No se vaya”, pero Sebastian no quiso frenar sus pasos después de aquel encuentro. Estuvo a punto de matarla, por no decir, que lo hizo, aunque volviese a la vida de esa nueva… forma. Mató a la morena, la vio caer al suelo, derrocada, deshecha, “como si una gran corriente de sensaciones hubiesen penetrado en la nívea piel de su acompañante” tras haberle colocado el corazón a la fuerza y contra su voluntad. Eso fue lo que quiso pensar.

Ignorando el profundo zarpazo que recibió cruzándole todo el rostro, escociéndole a la vez de quemándole, le dolía mucho más aún los puntos del pecho, de cuando la “adorable y encantadora” tía de Sombra, Gertrude, había introducido su mano buscando arrancar su propio corazón tras haberla engañado. No es que le doliese, siquiera quemase u escociese, sino, que podía notar como la carne de su alrededor se pudría a la par que se ennegrecía. No era una buena señal; había intentado utilizar sus propios poderes de curación (no demasiado desarrollados aún) y había sido un intento en vano.

Sus pasos cada vez se hacían menos marcados y más dubitativos mientras apretaba contra la herida, a la par que apretaba los dientes y tensaba las mandíbulas. Y entonces dos figuras oscuras aparecieron frente a él, saliendo con una elegancia indudable de entre las sombras. Una de ellas era masculina (de piel morena, cuerpo robusto, buena altura, ojos claros y barba) y la otra femenina (de cabellos largos, rubios, lisos, ojos celestes, cuerpo bien amoldado y una altura considerable). No iban solos; en la mano derecha de cada uno una espada de doble filo parecía formar parte del propio brazo, y en la izquierda de la mujer una pistola no demasiado grande, tratando de estar oculta bajo la larga manga negra, pero Sebastian no lo pasó desapercibido al ser muy observador, como de costumbre. También pudo apreciar de inmediato el tatuaje que decoraba sobre el hombro izquierdo de la mujer; una especie de rosa hecha a base de cuadros y líneas rectas. (http://fc09.deviantart.net/fs70/f/2010/217/1/a/VK_Zero__s_tattoo_by_cosplaygurl25.jpg )

Se aproximaron a él y siquiera se dio cuenta de que la mujer de cabellos dorados, antes de acariciarle la barbilla, le clavaba en el cuello la aguja de una jeringuilla, para seguidamente introducirle un líquido tan rojo como la sangre que le hizo caer completamente en redondo.


Cuando despertó buscó alzar la mirada, pero los párpados luchaban por caérsele, y hasta el cuarto intento no logró mantenerlos abiertos. Cuando fue a moverse se dio cuenta de que se encontraba en una especie de círculo decorado con runas, al parecer hecho con sal. Sabía lo que eso significaba; sabían que era un demonio. Logró  ubicarse con solo mirar detenidamente el lugar; una fábrica abandonada al parecer anteriormente de telas, situada en Hamar, no muy lejana a Lillehammer. Había utilizado ese lugar como lugar de cacería meses atrás.

Se encontraba atado a la silla, con gruesas cuerdas que rodeaban sus muñecas y las aferraban a la silla. Sintió un dolor profundo en el pecho cuando trató de zafarse de ellas, y justo apareció el hombre que había visto anteriormente, más mayor que él, pero también, atractivo. Llevaba solo una daga, la mitad que la espada que había visto al principio. Con paso chulesco se aproximó a Sebastian, alzando la daga, para que pudiese apreciarla:

-          Al fin te despiertas, monstruo. Te veo muy débil como para poder jugar antes de que te matemos… Aún así probaré suerte.

Era humano, su aura le delataba. Tras eso, sacó un pequeño frasco de su bolsillo y se lo mostró a Sebastian. Lo destapó, puso gesto de burla, y se lo tiró a la cara: enseguida su cara comenzó a quemarse, a la par que Sebastian soltaba un grito desgarrador.

-          Agua bendita. Y tan bendita.

Le guiñó un ojo y sacó la daga. Se la colocó bajo el cuello y le alzó la cabeza. Sebastian le miraba a los ojos, desafiante, buscando comprender porqué hacía eso. No encontró nada más que vacío emocional.
Comenzó a abrir una pequeña raja en la zona de su cuello, haciendo que un pequeño chorro de sangre se deslizase y llegase hacia su camisa blanca, la cual manchó. Sintió otro pinchazo en el pecho y rugió.

-          Joseph. Para.

La mujer rubia entró en escena. Los ojos de Sebastian tardaron en despegarse del hombre, pero finalmente lo hizo; mal movimiento, pues enseguida recibió un puñetazo en el rostro que le hizo ladear la cabeza con fuerza.

-          Cualquiera se negaría a aceptar que eres nórdico…

Comentó la mujer, sarcástica, a la par que se aproximaba al demonio, pero no entraba en ese círculo de sal, no como su compañero.

-          ¿Cómo te llamas, demonio?

Preguntó, ladeando suavemente la cabeza, alzando ésta. Las ondulaciones de su cabello caían sobre sus hombros, ocultando parte de ese tatuaje que anteriormente había visto.

-          Responde.

No tardó en ladear una sonrisa aviesa.

-          Sebastian, ¿Y usted, señorita?

Dijo tratando de parecer también irónico, para seguir su juego y molestar al tal Joseph.

-          Aquí las preguntas las hace ella, monstruo.

Respondió de inmediato el hombre. Era agresivo, busco.
La mujer no era humana, al menos no completamente… No sabía… reconocer su esencia. La última vez que sintió algo así fue frente a Helienne.
La rubia mandó callar al hombre y se cruzó de brazos.
Sebastian aguardó largos segundos mirando a ambos sujetos, y entonces se percató de algo; gotas de agua caían del techo, de pequeñas grietas del viejo lugar. Había llovido la noche anterior.
No desvió los ojos, pero se percató de que esas gotas estaban cayendo sobre parte del círculo de sal que le rodeaba.

-          Sebastian. Eres un demonio educado… Así es más sencillo matar humanos, ¿Verdad? Yo formo parte de esto, y a día de hoy, no recuerdo mi verdadero nombre.

Le enseñó el tatuaje del hombro.

-          ¿Eres tú quien está matando gente y dejando sus almas vagando por los lugares donde han muerto? ¿Qué clase de trato es ese? No es normal de un demonio…

Sebastian frunció el ceño, pues no comprendía a qué se refería. Era la primera vez que escuchaba eso, cosa que le llamó la atención. ¿Iban a matarle por atribuirle un crimen que siquiera había cometido? Cómico.

-          Yo no he hecho tal cosa. ¿Para qué lo querría?
-          ¡¡Mentiroso!!

Rugió el hombre y le clavó la daga en la pierna derecha. Sebastian apretó los dientes y aguantó gritar, por orgullo. El agua seguía cayendo al suelo, esperó paciente…

-          ¿¡Quién va a ser sino!? ¡Hemos acribillado a todos los demonios de Noruega, solo nos quedas tú!
-          Joseph. Cierra la boca.

Sacó la daga con fuerza, buscando que le doliese. Lo logró.

- Si no has sido tú, Sebastian, ¿Quién ha sido?
- No tengo ni la menor idea.

No tardó en reaccionar de nuevo Joseph y le golpeó a la par que gritaba “Mentiroso, mentiroso”. La rubia le frenó, pero no le hizo salir del círculo, el cual hacía unos segundos que se había roto…

-          Está bien, Sebastian. Si no has sido tú y no sabes nada sobre el tema… No nos eres útil. Lo lamento de veras, pero vas a morir.

Y comenzó a recitar en voz baja:

"Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis adversarii, omnis legio, omnis congregatio et secta diabolica...
...Ergo, draco maledicte et omnis legio diabolica...  
 Ut Ecclesiam tuam secura tibi facias libertate servire, te rogamus, audi nos."

Notaba como algo dentro de sí le empujaba hacia fuera, obligándole a abandonar ese cuerpo. Pero Sebastian era fuerte y se aferraba. Tuvo que comenzar a recitar de nuevo el exorcismo. Entonces Sebastian reaccionó. Se soltó las cuerdas con fuerza y agarró por la cabeza al hombre, partiéndole el cuello de inmediato y haciendo que cayese en redondo al suelo. La mujer había sacado la espada, pero Sebastian comprendió algo de inmediato y reaccionó con rapidez; un humo negro comenzó a destilar de la boca del demonio y se introdujo por la boca en el cuerpo del fallecido. No tardó en abrir los ojos, mientras el anterior cuerpo de Sebastian caía al suelo como un peso muerto. Se puso en pie y miró a la mujer rubia, ésta aguantó su mirada unos segundos pero no tardó en salir corriendo del local. Se mantuvo mirando la puerta unos segundos, seguidamente su anterior cuerpo… Llevaba toda una vida con él, siempre volvía a éste aunque entrase en el cuerpo de otro humano durante unos días o segundos. Se arrodilló frente a él y le abrió la camisa; la herida estaba negra, infestada, pero aún así no pudo dejarlo ahí. Cogió el cuerpo y lo cargó en brazos para llevarlo a su casa, donde lo guardó en un baúl con llave en el sótano.

domingo, 15 de septiembre de 2013

+ || Miradas asesinas de felino ofendido; Iver.



El felino se desperezó, sacando las garras, aferrándose a la manta que siempre se había encargado de cubrir a Sebastian en las noches frías; blanca, con estampados en  forma de rombos… El sonido hizo que Sebastian alzase la vista del libro que leía; “Romeo y Julieta”, tras el extraño encuentro días atrás con Sombra, había estado buscando información sobre esos gestos y palabras… Muchas de esas cosas le recordaron a Shakespeare, y puesto que aún no había movido otros libros del autor inglés a la nueva estantería que había hecho con sus propias manos con el fin de dar un toque más “personal” a la habitación donde habita estos días atrás, en el Trenzalore, fue el libro que había aceptado releer.

Alzó los ojos silencioso hacia el minino, que había bajado de la cama de un salto con esa elegancia característica de esos animales, y se aproximó agitando el rabo con suavidad hacia Sebastian, caminando por el sillón de tres plazas donde durmió durante la estancia de Bathsheba. “Echo de menos su compañía…”

Finalmente el felino saltó hasta el regazo de Sebastian, colándose por debajo del libro y asomándose para captar la atención del demonio. Sebastian enarcó una ceja, curioso, y miró al gato que le miraba con profundos ojos verdes. Había tratado de comunicarse con él desde el primer día que Bathsheba lo dejó en sus manos, pero éste jamás respondió con algo más de un maullido seco, incluso, con algún bufido. Por eso Sebastian habló, sin imaginar que esa vez sería la primera vez que hablaría con el gato:

-          ¿Ya te has cansado de dormir? Más que un gato pareces un lirón…
        +      ¿Hablas con respeto a todo el mundo menos a mí? ¿Cómo pretendes caerme bien? Ni con atún lo lograrás de ese modo.

Los ojos del gato se volvieron de un color brillante peligroso. La piel grisácea del animal se había erizado por el lomo ligeramente.

-          Vaya… Con que por fin se atreve a hablarme. Creí que le había comido la lengua el gato…
+      Estoy seguro de que tienes tan pocos amigos por tu pésimo sentido del humor.
-          Lo cierto, es que tengo tan pocos amigos por que no todos son tan brillantes como para captar mi “sentido del humor inteligente”.

Iver bufó, haciendo que Sebastian dejase el libro sobre la mesa y apoyase la espalda en el respaldo del sillón de una plaza.

        +  ¿Ves porqué no quiero que te acerques a ella…? No te muestras como verdaderamente eres. No me fío de ti.
-          Sabe lo que soy. Le advertí que no soy bueno para ella, y aún así… Mire. Le ha dejado en mis manos.
+    ¿A usted…? Si apenas se acuerda de darme de comer cuatro veces al día.
-          ¿Cuatro? Lo que no recuerdo es que fueran “cuatro”, sino… tres.

Sebastian enarcó una ceja. El gato bufó y estiró la cola, a la par que dio un salto y se subió a la estantería recientemente colocada.

-          Está bien, está bien… Atún. No sardinas. Lo tendré en cuenta. El señorito primero…

sábado, 14 de septiembre de 2013

Bruno Prinz Herzog.

-  Nombre.  Bruno.

-  Apellidos. Prinz Herzog.

- Edad aparente.  10 años.

- Edad real.  Unos 100 años aproximadamente.

- Raza.  Mortal, humano, pero al no avanzar en edad, no se aproxima a la muerte.

- Lugar de nacimiento.  Alemania. (Hitler en el poder en ese momento.)

- Orientación sexual.  Desconocida.

- Familia.  (-)

- Oficio.  (-)

- Rasgos psicológicos.  Alegre, risueño, inteligente para su edad.

- Rasgos físicos. ( IMAGEN )

- Gustos. (-)

- Desagrados. (-)

- Poderes. Ninguno en principio.

- Relación con Sebastian:

Y al fin llega la segunda guerra mundial. Sebastian se encuentra con un joven de unos 10 años que se gana la vida robando y a la vez, escapando de los nazis. Sus padres fueron llevados al campo de concentración de Auschwitz, solo él logró escapar y se unió al grupo de niños guiado por un señor mayor que se encargaba de alimentarlos a cambio de que trabajase para él (A lo Oliver Twist, sí).

Ese mismo niño es usado como cebo para que le roben, y al joven no le da tiempo de salir corriendo sin toparse con dos policías de la SS. Estos dos están a punto de llevárselo y Sebastian se apiada de él: mata a los dos policías de una forma sanguinaria (sacando el demonio que lleva dentro) frente al joven. Éste en el momento queda fascinado y desde entonces se va a vivir con Sebastian, que trabaja como sastre (incluso haciendo trajes para los presos de los campos de concentración) junto a una mujer rica.

Se convierte en una especie de pupilo, incluso casi como un hijo. Vive viendo a Sebastian como un héroe, su héroe, pidiéndole incluso que le transforme, cosa a la que se niega en todo momento y sin titubear.
Una noche el joven desparece, dejando un escrito diciendo que va a buscar a sus padres, que ha recibido noticias de que los han sacado del centro de exterminio con el fin de trabajar en una fábrica (de hacer explosivos para los Alemanes).


Datos: El niño, cuando matan a sus padres y se encuentra con su hermana, la cual jamás había mencionado porque apoya la muerte de los judíos, es bruja y hechiza a su hermano pequeño, ya que es incapaz de matarlo: le deja con la edad de 10 años hasta que se despoje de su alma y su humanidad. 

Creig Wwedlick O'Brian.

-  Nombre.  Creig.


-  Apellidos. Wedlick O’Brian.

- Edad aparente.  37 años.

- Edad real.  Desconocida.

- Raza.  Ángel curandero. (No lo descubre hasta que Sebastian desaparece de su vida, el Arcángel Gabriel se lo cuenta).

- Lugar de nacimiento.  Estados Unidos.

- Orientación sexual.  Bisexual / Homosexual.

- Familia.  Helienna E. Wedlick Sabbag.

- Oficio. Médico.

- Rasgos psicológicos. (Valiente y sabio principalmente, amante de la medicina. - )

- Rasgos físicos. ( IMAGEN).

- Gustos. (-)

- Desagrados. (-)

- Poderes. ( Los típicos de un ángel, pero más desarrollada la curación.)

- Relación con Sebastian:

Conoció a Sebastian en el ejército Español, y sirvió junto a él aunque en papeles diferentes. Logró cautivar a Sebastian y, por decirlo de alguna manera, “volver a equilibrarle” después de esa anterior época sangrienta por culpa del ángel.

Siempre ha sido una especie de ejemplo a seguir para Sebastian, y también, alguien de quien se sentía orgulloso sin casi conocerlo. Siempre se atrajeron mentalmente, aunque Sebastian se dio cuenta de que mantenía una relación con uno de sus compañeros combatientes. Lo guardó en secreto cuando se lo contó, y fue algo de lo que siempre quedó agradecido.


Datos: Es algo que no sabe, pero el militar con el que se acostaba era “la mujer” de la que huía en otro cuerpo. Ambos ángeles, y conocidos, mejor dicho, hermanos. (Eso era desconocido para ambos ya que ni el propio hombre sabía lo que era… hasta poco después, que el arcángel Gabriel volvió a arrastrar a “la mujer” al cielo, pues había huido de éste.) Le encargó cuidar de Sebastian. 

Helienna Eve Dönhm (Wedlick) Sabbag.

-  Nombre.  Helienna Eve.


-  Apellidos. Wedlick Sabbag  // Dönhm (hasta hace poco fue su primer apellido).

- Mote. Sebastian la llama << La mujer >>.

- Edad aparente.  31 años.

- Edad real.  Desconocida.

- Raza.  Ángel guardián.

- Lugar de nacimiento.  Rusia.

- Orientación sexual.  Heterosexual / Bisexual.

- Familia. Creig Wedlick O’Brian, que se conozca.

- Oficio.  (-)

- Rasgos psicológicos. Carácter duro, divertido en todo momento, seductor, sensual… Un ser inteligente amante del arte y de desquiciar. Fiel. (-)


- Rasgos físicos. ( IMAGEN )
Es capaz de ocupar otros cuerpos, como todo ángel.
Pelo corto, castaño (tirando a un rojizo oscuro), de piel nívea y ojos azules más claros aún que se vuelven lilas dependiendo de su fuerza vital. Cuando sana o le provocan dolor, se vuelven completamente blancos.
De complexión muy delgada, con poco pecho y notándose mucho los huesos de las clavículas y caderas. Además es bastante alta (sus ojos llegan a la nariz de Sebastian).

- Gustos. (-)

- Desagrados. (-)

- Poderes. ( Los típicos de un ángel. Añadir algo específico por lo de “guardián”. )

- Relación con Sebastian:

Le conoció en Omán, en la península arábiga. Para Sebastian, un viaje situado unos años después de conocer a “la gitana”. Es propiamente dicho, el futuro que vio la mujer en Sebastian… Ese destino oscuro.

Sebastian se instaló por un tiempo en Omán, y su forma de buscarse la vida fue de traductor. Ya que Sebastian es un demonio que comprende todos los idiomas, fue algo que le vino muy bien en esa ciudad. Fue corriendo la voz de lo que Sebastian lograba hacer y el Sultán le convocó con el fin de que tradujese una compra importante de diamantes y oro, un gran tesoro que siempre había deseado (era muy ambicioso) antes de aquello, se citó con él para acordar el precio y sus servicios y allí le presentó a… Aquella mujer, una de sus “bailarinas”. Destacaba por el color de piel claro entre el oscuro de las demás mujeres que danzaban a su alrededor en forma de bienvenida. El Sultán admitió que aquella mujer era su favorita, a la que un día convertiría en su “reina de Arabia”, y  con la que mantenía un fuerte lazo. Todo se trataba de manipulación en realidad, pues aquella mujer, a pesar de ser uno de los primeros ángeles creados por Dios (por lo cual, experta en ocultarse de demonios y seres como Sebastian, peligrosos para la humanidad) lo único que hacía en ese lugar era protegerlo, pues el hijo más joven del Sultán era su “protegido”.

Jamás había conocido a un ser como aquel; pecaba de sensualidad, lujuria, descontrol… Pero aún así cumplía con su mandato.
Al tercer encuentro, entre juegos de palabras (en los que siempre dejaba al demonio con la boca cerrada, cosa extraña para él) se acostaron. Y estuvieron así meses, aunque sin sobrepasar la atracción física (o eso pensaban ambos).
Un día la mujer decidió acabar con esos encuentros radicalmente, Sebastian se volvió agresivo y comenzó a matar sin compasión. El protegido de la mujer murió y  ella de golpe desapareció, no sin antes escribirle una carta en la que decía que “Se verían en un futuro, lo sabía”.

- Importante: Al principio Sebastian no sabía que se trataba de un ángel.
La mujer se marchó porque se quedó embarazada, y los grandes “jefes” del cielo la obligaron a subir. Ellos mismos mataron al protegido de la mujer. (El hijo nació, pero lo ocultó bien).

En el hombro derecho tiene una especie de triángulo marcado con lunares (Al igual que Sebastian). Posee el alma de Sebastian en un guardapelo que le regaló, aunque eso él no lo sabe. 

Odalys Mahtani Laln.

-  Nombre.  Odalys.

-  Apellidos. Mahtani Laln.

- Edad aparente.  22 años aparentes.

- Edad real.  Desconocida.

- Raza.  Oráculo. (El oráculo es un ser inmortal, estancado en esa edad, capaz de leer el futuro al tocar a una persona, echarle las cartas…)

- Lugar de nacimiento.  La India.

- Orientación sexual.  Heterosexual / Bisexual.

- Familia.  (-)

- Oficio.  Gran ladrona y pícara. Hace el mítico papel de “leer la mano”, incluso bailar en sitios públicos.

- Rasgos psicológicos.

De etnia gitana. Es una mujer verdaderamente feminista, del feudalismo.) Incluso llegó a hacerse con grandes obispos y personajes importantes de la anticlerical, adoraba acostarse con curas, monjes, solo para hacer que incumplieran sus votos. (Por esos tiempos era pena de muerte… Comienzos del feudalismo.) Incluso llegó a hacerse con grandes obispos y personajes importantes de la iglesia.


- Rasgos físicos. ( IMAGEN)

Ojos amarillentos, pelo negro rizado, acostumbrada a vestir ropas anchas con numerosas monedas colgantes. De vez en cuando se oculta el rostro con un pañuelo de seda, lila, con el que hace sus sensuales bailes para conseguir dinero de vez en cuando (cosa que odia). Piel oscura.

- Gustos. (-)

- Desagrados. (-)

- Poderes.

- Relación con Sebastian:

De raza gitana, una mujer con la que Sebastian se topó en la India en uno de sus tantos viajes. En ese momento Sebastian se encontraba realmente tranquilo, controlado, su hermano mayor había logrado enseñarle todo lo necesario. Llegó el momento en el que se separó de James y llegó a la India, pues tenía “mono” de viajar y visitar diferentes lugares tras aguardar sus primeros 18 años de vida con James.

El día que conoció al demonio, cuando le tocó para tratar de sacarle dinero, como siempre hacía, logró ver un futuro sangriento pero cargado de dolor. Eso fue lo que provocó que ambos se hicieran… “amigos”, aunque Sebastian jamás conoció que fue por eso. Sebastian quedó prendado de la forma de sobrevivir de la mujer.
( La gitana vio también al ángel que lograría descontrolarle en un futuro, es decir, a Helienna.)

 (Como Oráculo, ha podido aprender muchas más cosas, por aquellos tiempos, apenas era una joven inexperta).