lunes, 23 de septiembre de 2013

+ || Exorcizamus te, omnis immundus spiritus.


Cerró la puerta tras su espalda tras escuchar el leve susurro de Sombra, “No se vaya”, pero Sebastian no quiso frenar sus pasos después de aquel encuentro. Estuvo a punto de matarla, por no decir, que lo hizo, aunque volviese a la vida de esa nueva… forma. Mató a la morena, la vio caer al suelo, derrocada, deshecha, “como si una gran corriente de sensaciones hubiesen penetrado en la nívea piel de su acompañante” tras haberle colocado el corazón a la fuerza y contra su voluntad. Eso fue lo que quiso pensar.

Ignorando el profundo zarpazo que recibió cruzándole todo el rostro, escociéndole a la vez de quemándole, le dolía mucho más aún los puntos del pecho, de cuando la “adorable y encantadora” tía de Sombra, Gertrude, había introducido su mano buscando arrancar su propio corazón tras haberla engañado. No es que le doliese, siquiera quemase u escociese, sino, que podía notar como la carne de su alrededor se pudría a la par que se ennegrecía. No era una buena señal; había intentado utilizar sus propios poderes de curación (no demasiado desarrollados aún) y había sido un intento en vano.

Sus pasos cada vez se hacían menos marcados y más dubitativos mientras apretaba contra la herida, a la par que apretaba los dientes y tensaba las mandíbulas. Y entonces dos figuras oscuras aparecieron frente a él, saliendo con una elegancia indudable de entre las sombras. Una de ellas era masculina (de piel morena, cuerpo robusto, buena altura, ojos claros y barba) y la otra femenina (de cabellos largos, rubios, lisos, ojos celestes, cuerpo bien amoldado y una altura considerable). No iban solos; en la mano derecha de cada uno una espada de doble filo parecía formar parte del propio brazo, y en la izquierda de la mujer una pistola no demasiado grande, tratando de estar oculta bajo la larga manga negra, pero Sebastian no lo pasó desapercibido al ser muy observador, como de costumbre. También pudo apreciar de inmediato el tatuaje que decoraba sobre el hombro izquierdo de la mujer; una especie de rosa hecha a base de cuadros y líneas rectas. (http://fc09.deviantart.net/fs70/f/2010/217/1/a/VK_Zero__s_tattoo_by_cosplaygurl25.jpg )

Se aproximaron a él y siquiera se dio cuenta de que la mujer de cabellos dorados, antes de acariciarle la barbilla, le clavaba en el cuello la aguja de una jeringuilla, para seguidamente introducirle un líquido tan rojo como la sangre que le hizo caer completamente en redondo.


Cuando despertó buscó alzar la mirada, pero los párpados luchaban por caérsele, y hasta el cuarto intento no logró mantenerlos abiertos. Cuando fue a moverse se dio cuenta de que se encontraba en una especie de círculo decorado con runas, al parecer hecho con sal. Sabía lo que eso significaba; sabían que era un demonio. Logró  ubicarse con solo mirar detenidamente el lugar; una fábrica abandonada al parecer anteriormente de telas, situada en Hamar, no muy lejana a Lillehammer. Había utilizado ese lugar como lugar de cacería meses atrás.

Se encontraba atado a la silla, con gruesas cuerdas que rodeaban sus muñecas y las aferraban a la silla. Sintió un dolor profundo en el pecho cuando trató de zafarse de ellas, y justo apareció el hombre que había visto anteriormente, más mayor que él, pero también, atractivo. Llevaba solo una daga, la mitad que la espada que había visto al principio. Con paso chulesco se aproximó a Sebastian, alzando la daga, para que pudiese apreciarla:

-          Al fin te despiertas, monstruo. Te veo muy débil como para poder jugar antes de que te matemos… Aún así probaré suerte.

Era humano, su aura le delataba. Tras eso, sacó un pequeño frasco de su bolsillo y se lo mostró a Sebastian. Lo destapó, puso gesto de burla, y se lo tiró a la cara: enseguida su cara comenzó a quemarse, a la par que Sebastian soltaba un grito desgarrador.

-          Agua bendita. Y tan bendita.

Le guiñó un ojo y sacó la daga. Se la colocó bajo el cuello y le alzó la cabeza. Sebastian le miraba a los ojos, desafiante, buscando comprender porqué hacía eso. No encontró nada más que vacío emocional.
Comenzó a abrir una pequeña raja en la zona de su cuello, haciendo que un pequeño chorro de sangre se deslizase y llegase hacia su camisa blanca, la cual manchó. Sintió otro pinchazo en el pecho y rugió.

-          Joseph. Para.

La mujer rubia entró en escena. Los ojos de Sebastian tardaron en despegarse del hombre, pero finalmente lo hizo; mal movimiento, pues enseguida recibió un puñetazo en el rostro que le hizo ladear la cabeza con fuerza.

-          Cualquiera se negaría a aceptar que eres nórdico…

Comentó la mujer, sarcástica, a la par que se aproximaba al demonio, pero no entraba en ese círculo de sal, no como su compañero.

-          ¿Cómo te llamas, demonio?

Preguntó, ladeando suavemente la cabeza, alzando ésta. Las ondulaciones de su cabello caían sobre sus hombros, ocultando parte de ese tatuaje que anteriormente había visto.

-          Responde.

No tardó en ladear una sonrisa aviesa.

-          Sebastian, ¿Y usted, señorita?

Dijo tratando de parecer también irónico, para seguir su juego y molestar al tal Joseph.

-          Aquí las preguntas las hace ella, monstruo.

Respondió de inmediato el hombre. Era agresivo, busco.
La mujer no era humana, al menos no completamente… No sabía… reconocer su esencia. La última vez que sintió algo así fue frente a Helienne.
La rubia mandó callar al hombre y se cruzó de brazos.
Sebastian aguardó largos segundos mirando a ambos sujetos, y entonces se percató de algo; gotas de agua caían del techo, de pequeñas grietas del viejo lugar. Había llovido la noche anterior.
No desvió los ojos, pero se percató de que esas gotas estaban cayendo sobre parte del círculo de sal que le rodeaba.

-          Sebastian. Eres un demonio educado… Así es más sencillo matar humanos, ¿Verdad? Yo formo parte de esto, y a día de hoy, no recuerdo mi verdadero nombre.

Le enseñó el tatuaje del hombro.

-          ¿Eres tú quien está matando gente y dejando sus almas vagando por los lugares donde han muerto? ¿Qué clase de trato es ese? No es normal de un demonio…

Sebastian frunció el ceño, pues no comprendía a qué se refería. Era la primera vez que escuchaba eso, cosa que le llamó la atención. ¿Iban a matarle por atribuirle un crimen que siquiera había cometido? Cómico.

-          Yo no he hecho tal cosa. ¿Para qué lo querría?
-          ¡¡Mentiroso!!

Rugió el hombre y le clavó la daga en la pierna derecha. Sebastian apretó los dientes y aguantó gritar, por orgullo. El agua seguía cayendo al suelo, esperó paciente…

-          ¿¡Quién va a ser sino!? ¡Hemos acribillado a todos los demonios de Noruega, solo nos quedas tú!
-          Joseph. Cierra la boca.

Sacó la daga con fuerza, buscando que le doliese. Lo logró.

- Si no has sido tú, Sebastian, ¿Quién ha sido?
- No tengo ni la menor idea.

No tardó en reaccionar de nuevo Joseph y le golpeó a la par que gritaba “Mentiroso, mentiroso”. La rubia le frenó, pero no le hizo salir del círculo, el cual hacía unos segundos que se había roto…

-          Está bien, Sebastian. Si no has sido tú y no sabes nada sobre el tema… No nos eres útil. Lo lamento de veras, pero vas a morir.

Y comenzó a recitar en voz baja:

"Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis adversarii, omnis legio, omnis congregatio et secta diabolica...
...Ergo, draco maledicte et omnis legio diabolica...  
 Ut Ecclesiam tuam secura tibi facias libertate servire, te rogamus, audi nos."

Notaba como algo dentro de sí le empujaba hacia fuera, obligándole a abandonar ese cuerpo. Pero Sebastian era fuerte y se aferraba. Tuvo que comenzar a recitar de nuevo el exorcismo. Entonces Sebastian reaccionó. Se soltó las cuerdas con fuerza y agarró por la cabeza al hombre, partiéndole el cuello de inmediato y haciendo que cayese en redondo al suelo. La mujer había sacado la espada, pero Sebastian comprendió algo de inmediato y reaccionó con rapidez; un humo negro comenzó a destilar de la boca del demonio y se introdujo por la boca en el cuerpo del fallecido. No tardó en abrir los ojos, mientras el anterior cuerpo de Sebastian caía al suelo como un peso muerto. Se puso en pie y miró a la mujer rubia, ésta aguantó su mirada unos segundos pero no tardó en salir corriendo del local. Se mantuvo mirando la puerta unos segundos, seguidamente su anterior cuerpo… Llevaba toda una vida con él, siempre volvía a éste aunque entrase en el cuerpo de otro humano durante unos días o segundos. Se arrodilló frente a él y le abrió la camisa; la herida estaba negra, infestada, pero aún así no pudo dejarlo ahí. Cogió el cuerpo y lo cargó en brazos para llevarlo a su casa, donde lo guardó en un baúl con llave en el sótano.

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