domingo, 15 de septiembre de 2013

+ || Miradas asesinas de felino ofendido; Iver.



El felino se desperezó, sacando las garras, aferrándose a la manta que siempre se había encargado de cubrir a Sebastian en las noches frías; blanca, con estampados en  forma de rombos… El sonido hizo que Sebastian alzase la vista del libro que leía; “Romeo y Julieta”, tras el extraño encuentro días atrás con Sombra, había estado buscando información sobre esos gestos y palabras… Muchas de esas cosas le recordaron a Shakespeare, y puesto que aún no había movido otros libros del autor inglés a la nueva estantería que había hecho con sus propias manos con el fin de dar un toque más “personal” a la habitación donde habita estos días atrás, en el Trenzalore, fue el libro que había aceptado releer.

Alzó los ojos silencioso hacia el minino, que había bajado de la cama de un salto con esa elegancia característica de esos animales, y se aproximó agitando el rabo con suavidad hacia Sebastian, caminando por el sillón de tres plazas donde durmió durante la estancia de Bathsheba. “Echo de menos su compañía…”

Finalmente el felino saltó hasta el regazo de Sebastian, colándose por debajo del libro y asomándose para captar la atención del demonio. Sebastian enarcó una ceja, curioso, y miró al gato que le miraba con profundos ojos verdes. Había tratado de comunicarse con él desde el primer día que Bathsheba lo dejó en sus manos, pero éste jamás respondió con algo más de un maullido seco, incluso, con algún bufido. Por eso Sebastian habló, sin imaginar que esa vez sería la primera vez que hablaría con el gato:

-          ¿Ya te has cansado de dormir? Más que un gato pareces un lirón…
        +      ¿Hablas con respeto a todo el mundo menos a mí? ¿Cómo pretendes caerme bien? Ni con atún lo lograrás de ese modo.

Los ojos del gato se volvieron de un color brillante peligroso. La piel grisácea del animal se había erizado por el lomo ligeramente.

-          Vaya… Con que por fin se atreve a hablarme. Creí que le había comido la lengua el gato…
+      Estoy seguro de que tienes tan pocos amigos por tu pésimo sentido del humor.
-          Lo cierto, es que tengo tan pocos amigos por que no todos son tan brillantes como para captar mi “sentido del humor inteligente”.

Iver bufó, haciendo que Sebastian dejase el libro sobre la mesa y apoyase la espalda en el respaldo del sillón de una plaza.

        +  ¿Ves porqué no quiero que te acerques a ella…? No te muestras como verdaderamente eres. No me fío de ti.
-          Sabe lo que soy. Le advertí que no soy bueno para ella, y aún así… Mire. Le ha dejado en mis manos.
+    ¿A usted…? Si apenas se acuerda de darme de comer cuatro veces al día.
-          ¿Cuatro? Lo que no recuerdo es que fueran “cuatro”, sino… tres.

Sebastian enarcó una ceja. El gato bufó y estiró la cola, a la par que dio un salto y se subió a la estantería recientemente colocada.

-          Está bien, está bien… Atún. No sardinas. Lo tendré en cuenta. El señorito primero…

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