El felino se
desperezó, sacando las garras, aferrándose a la manta que siempre se había
encargado de cubrir a Sebastian en las noches frías; blanca, con estampados en forma de rombos… El sonido hizo que Sebastian
alzase la vista del libro que leía; “Romeo y Julieta”, tras el extraño encuentro
días atrás con Sombra, había estado buscando información sobre esos gestos y
palabras… Muchas de esas cosas le recordaron a Shakespeare, y puesto que aún no
había movido otros libros del autor inglés a la nueva estantería que había
hecho con sus propias manos con el fin de dar un toque más “personal” a la
habitación donde habita estos días atrás, en el Trenzalore, fue el libro que
había aceptado releer.
Alzó los
ojos silencioso hacia el minino, que había bajado de la cama de un salto con
esa elegancia característica de esos animales, y se aproximó agitando el rabo
con suavidad hacia Sebastian, caminando por el sillón de tres plazas donde
durmió durante la estancia de Bathsheba. “Echo de menos su compañía…”
Finalmente
el felino saltó hasta el regazo de Sebastian, colándose por debajo del libro y
asomándose para captar la atención del demonio. Sebastian enarcó una ceja,
curioso, y miró al gato que le miraba con profundos ojos verdes. Había tratado
de comunicarse con él desde el primer día que Bathsheba lo dejó en sus manos,
pero éste jamás respondió con algo más de un maullido seco, incluso, con algún
bufido. Por eso Sebastian habló, sin imaginar que esa vez sería la primera vez
que hablaría con el gato:
-
¿Ya
te has cansado de dormir? Más que un gato pareces un lirón…
+ ¿Hablas con respeto
a todo el mundo menos a mí? ¿Cómo pretendes caerme bien? Ni con atún lo lograrás
de ese modo.
Los ojos del
gato se volvieron de un color brillante peligroso. La piel grisácea del animal
se había erizado por el lomo ligeramente.
-
Vaya…
Con que por fin se atreve a hablarme. Creí que le había comido la lengua el
gato…
+ Estoy seguro de que tienes tan pocos amigos por tu pésimo
sentido del humor.
-
Lo
cierto, es que tengo tan pocos amigos por que no todos son tan brillantes como
para captar mi “sentido del humor inteligente”.
Iver bufó,
haciendo que Sebastian dejase el libro sobre la mesa y apoyase la espalda en el
respaldo del sillón de una plaza.
+ ¿Ves porqué no quiero que te acerques a ella…?
No te muestras como verdaderamente eres. No me fío de ti.
-
Sabe
lo que soy. Le advertí que no soy bueno para ella, y aún así… Mire. Le ha
dejado en mis manos.
+ ¿A usted…? Si apenas se acuerda de darme de comer cuatro
veces al día.
-
¿Cuatro?
Lo que no recuerdo es que fueran “cuatro”, sino… tres.
Sebastian
enarcó una ceja. El gato bufó y estiró la cola, a la par que dio un salto y se
subió a la estantería recientemente colocada.
-
Está
bien, está bien… Atún. No sardinas. Lo tendré en cuenta. El señorito primero…
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