- Helienna…Murmuró en sueños. Aquella mujer aparecía las noches de luna en las que anhelaba algo con fuerza, aquella vez, a Sombra. ¿Y porqué no salía el nombre de ella, de la bruja que había logrado provocarle aquel mal estado, aquel mal aspecto en la actualidad? ¿Por qué su cabeza buscaba abrir la caja de recuerdos y proyectar la imagen del ángel bañado en hilos dorados, en sábanas de finas sedas, rojizas, y desnuda, completamente desnuda. Un nudo se hizo en su garganta impidiéndole pensar con claridad. De pronto despertó.
Tuvo que incorporarse de inmediato cuando los lunares en forma de triángulo le ardieron. Para él no eran triángulos, era simplemente… el hombro. El demonio desconocía tal vínculo con el ángel, y por eso, siempre culpaba al cuerpo que poseía. Pero aquella vez era distinto; aquella vez era un cuerpo nuevo, incorruptible, no era lógico lo que ocurría.
Un latigazo, fugaz, invisible, que se marcó de inmediato en su espalda. No tardó en doblarse a la par que gruñía y se quejaba entre dientes, orgulloso como él solo.
Un susurro, espeluznante, placentero…
- Helienn… Sombra…
Otro latigazo que le provocó una arcada tras doblarse, hacerse una bola semidesnuda, de cintura para arriba. Sentía el ardor palpitar en aquella zona, y lo peor, es que normalmente el fuego era su aliado. ¿Por qué aquella vez no era así?
Nada más ponerse en pie, tuvo que volver a curvarse, haciendo que cayese al suelo de inmediato. La sangre de ese último latigazo comenzó a brotar de su espalda, y alrededor de su cuello se hicieron marcas en forma de cadenas, al igual que alrededor de sus muñecas. Ésta vez fue él quien grito, no ese susurro: “Odalys”. La llamaba, la necesitaba, no sabía que estaba ocurriendo, no comprendía que el ángel de su pasado había vuelto…
Las heridas
en su espalda volvían a marcarse cada noche. Lo peor de todo aquello es que
aquella vez, aquella maldita vez, no se curaban. Se mantenían impasibles,
ardiendo en todo momento, hasta la noche siguiente. A las dos y tres minutos de
la madrugada aquello se volvía a repetir, haciendo que Sebastian tuviese que
doblarse, gritar, forcejear, y tratar de aguantar ese agudo dolor que sentía en
la espalda. Para terminar, una especie de cadena invisible también bañada en
fuego rodeaba su garganta y le dejaba sin respiración hasta que perdía la
consciencia. Y así pasaron dieciséis noches. Dieciséis noches de tormento. Por
las mañanas no podía trabajar, solamente se metía bajo el agua congelada
buscando suavizar el calor de su espalda. Corrió la cortina oscura que cubría
el único espejo de la casa, el del baño, a la quinta noche, percatándose
entonces que lo que aquellos invisibles latigazos formaban en su espalda era un
número. Un maldito número. El número veintitrés.
Al terminar la primera semana se negaba a acostarse en la cama, y hasta aquel día se mantuvo en todo momento sentado frente al fuego de la sala donde dormía. En ropa interior, cubierto con una manta. Se sentía frágil. Se sentía como cuando Hannibal le había abandonado... Repleto de dolor, de rabia, de odio... ¿Pero, a quién? Al parecer, nadie hacía aquellas cosas en la oscuridad. Algún tipo de magia. Eso es lo que pensaba.
Le llevó a atar cabos: el dolor de su hombro le llevó a los lunares siglos después. Se percato que aquello le ocurría a las "02:03" de la madrugada... 23. 23 latigazos. La forma de tal número... Se obsesionó y siquiera escuchó en ese momento la puerta. Llevaba 16 días sin salir de su taller. Sin alimentarse. Sus ojos, a los doce días, habían adquirido el color negro profundo de la oscuridad. Y no se había dado cuenta.
Oculto tras la sábana deshilachada, gris, se aproximó a la puerta para abrir. Estaba descalzo, y lo único que llevaba eran unas calzas negras.
No alzó la mirada para ver de quien se trataba, pero su olor lo reconoció de inmediato.
- Odalys...
Murmuró.
Al terminar la primera semana se negaba a acostarse en la cama, y hasta aquel día se mantuvo en todo momento sentado frente al fuego de la sala donde dormía. En ropa interior, cubierto con una manta. Se sentía frágil. Se sentía como cuando Hannibal le había abandonado... Repleto de dolor, de rabia, de odio... ¿Pero, a quién? Al parecer, nadie hacía aquellas cosas en la oscuridad. Algún tipo de magia. Eso es lo que pensaba.
Le llevó a atar cabos: el dolor de su hombro le llevó a los lunares siglos después. Se percato que aquello le ocurría a las "02:03" de la madrugada... 23. 23 latigazos. La forma de tal número... Se obsesionó y siquiera escuchó en ese momento la puerta. Llevaba 16 días sin salir de su taller. Sin alimentarse. Sus ojos, a los doce días, habían adquirido el color negro profundo de la oscuridad. Y no se había dado cuenta.
Oculto tras la sábana deshilachada, gris, se aproximó a la puerta para abrir. Estaba descalzo, y lo único que llevaba eran unas calzas negras.
No alzó la mirada para ver de quien se trataba, pero su olor lo reconoció de inmediato.
- Odalys...
Murmuró.
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