Cerró la
puerta tras su espalda tras escuchar el leve susurro de Sombra, “No se vaya”,
pero Sebastian no quiso frenar sus pasos después de aquel encuentro. Estuvo a
punto de matarla, por no decir, que lo hizo, aunque volviese a la vida de esa
nueva… forma. Mató a la morena, la vio caer al suelo, derrocada, deshecha,
“como si una gran corriente de sensaciones hubiesen penetrado en la nívea piel
de su acompañante” tras haberle colocado el corazón a la fuerza y contra su
voluntad. Eso fue lo que quiso pensar.
Ignorando el
profundo zarpazo que recibió cruzándole todo el rostro, escociéndole a la vez
de quemándole, le dolía mucho más aún los puntos del pecho, de cuando la
“adorable y encantadora” tía de Sombra, Gertrude, había introducido su mano
buscando arrancar su propio corazón tras haberla engañado. No es que le
doliese, siquiera quemase u escociese, sino, que podía notar como la carne de
su alrededor se pudría a la par que se ennegrecía. No era una buena señal;
había intentado utilizar sus propios poderes de curación (no demasiado
desarrollados aún) y había sido un intento en vano.
Sus pasos
cada vez se hacían menos marcados y más dubitativos mientras apretaba contra la
herida, a la par que apretaba los dientes y tensaba las mandíbulas. Y entonces
dos figuras oscuras aparecieron frente a él, saliendo con una elegancia
indudable de entre las sombras. Una de ellas era masculina (de piel morena,
cuerpo robusto, buena altura, ojos claros y barba) y la otra femenina (de
cabellos largos, rubios, lisos, ojos celestes, cuerpo bien amoldado y una
altura considerable). No iban solos; en la mano derecha de cada uno una espada
de doble filo parecía formar parte del propio brazo, y en la izquierda de la
mujer una pistola no demasiado grande, tratando de estar oculta bajo la larga
manga negra, pero Sebastian no lo pasó desapercibido al ser muy observador,
como de costumbre. También pudo apreciar de inmediato el tatuaje que decoraba
sobre el hombro izquierdo de la mujer; una especie de rosa hecha a base de
cuadros y líneas rectas. (http://fc09.deviantart.net/fs70/f/2010/217/1/a/VK_Zero__s_tattoo_by_cosplaygurl25.jpg
)
Se
aproximaron a él y siquiera se dio cuenta de que la mujer de cabellos dorados,
antes de acariciarle la barbilla, le clavaba en el cuello la aguja de una
jeringuilla, para seguidamente introducirle un líquido tan rojo como la sangre
que le hizo caer completamente en redondo.
Cuando
despertó buscó alzar la mirada, pero los párpados luchaban por caérsele, y
hasta el cuarto intento no logró mantenerlos abiertos. Cuando fue a moverse se
dio cuenta de que se encontraba en una especie de círculo decorado con runas,
al parecer hecho con sal. Sabía lo que eso significaba; sabían que era un
demonio. Logró ubicarse con solo mirar
detenidamente el lugar; una fábrica abandonada al parecer anteriormente de
telas, situada en Hamar, no muy lejana a Lillehammer. Había utilizado ese lugar
como lugar de cacería meses atrás.
Se
encontraba atado a la silla, con gruesas cuerdas que rodeaban sus muñecas y las
aferraban a la silla. Sintió un dolor profundo en el pecho cuando trató de
zafarse de ellas, y justo apareció el hombre que había visto anteriormente, más
mayor que él, pero también, atractivo. Llevaba solo una daga, la mitad que la
espada que había visto al principio. Con paso chulesco se aproximó a Sebastian,
alzando la daga, para que pudiese apreciarla:
-
Al
fin te despiertas, monstruo. Te veo muy débil como para poder jugar antes de
que te matemos… Aún así probaré suerte.
Era humano,
su aura le delataba. Tras eso, sacó un pequeño frasco de su bolsillo y se lo
mostró a Sebastian. Lo destapó, puso gesto de burla, y se lo tiró a la cara:
enseguida su cara comenzó a quemarse, a la par que Sebastian soltaba un grito
desgarrador.
-
Agua
bendita. Y tan bendita.
Le guiñó un
ojo y sacó la daga. Se la colocó bajo el cuello y le alzó la cabeza. Sebastian
le miraba a los ojos, desafiante, buscando comprender porqué hacía eso. No
encontró nada más que vacío emocional.
Comenzó a
abrir una pequeña raja en la zona de su cuello, haciendo que un pequeño chorro
de sangre se deslizase y llegase hacia su camisa blanca, la cual manchó. Sintió
otro pinchazo en el pecho y rugió.
-
Joseph.
Para.
La mujer
rubia entró en escena. Los ojos de Sebastian tardaron en despegarse del hombre,
pero finalmente lo hizo; mal movimiento, pues enseguida recibió un puñetazo en
el rostro que le hizo ladear la cabeza con fuerza.
-
Cualquiera
se negaría a aceptar que eres nórdico…
Comentó la
mujer, sarcástica, a la par que se aproximaba al demonio, pero no entraba en
ese círculo de sal, no como su compañero.
-
¿Cómo
te llamas, demonio?
Preguntó,
ladeando suavemente la cabeza, alzando ésta. Las ondulaciones de su cabello
caían sobre sus hombros, ocultando parte de ese tatuaje que anteriormente había
visto.
-
Responde.
No tardó en
ladear una sonrisa aviesa.
-
Sebastian,
¿Y usted, señorita?
Dijo
tratando de parecer también irónico, para seguir su juego y molestar al tal Joseph.
-
Aquí
las preguntas las hace ella, monstruo.
Respondió de
inmediato el hombre. Era agresivo, busco.
La mujer no
era humana, al menos no completamente… No sabía… reconocer su esencia. La
última vez que sintió algo así fue frente a Helienne.
La rubia
mandó callar al hombre y se cruzó de brazos.
Sebastian
aguardó largos segundos mirando a ambos sujetos, y entonces se percató de algo;
gotas de agua caían del techo, de pequeñas grietas del viejo lugar. Había
llovido la noche anterior.
No desvió
los ojos, pero se percató de que esas gotas estaban cayendo sobre parte del
círculo de sal que le rodeaba.
-
Sebastian.
Eres un demonio educado… Así es más sencillo matar humanos, ¿Verdad? Yo formo
parte de esto, y a día de hoy, no recuerdo mi verdadero nombre.
Le enseñó el
tatuaje del hombro.
-
¿Eres
tú quien está matando gente y dejando sus almas vagando por los lugares donde
han muerto? ¿Qué clase de trato es ese? No es normal de un demonio…
Sebastian
frunció el ceño, pues no comprendía a qué se refería. Era la primera vez que
escuchaba eso, cosa que le llamó la atención. ¿Iban a matarle por atribuirle un
crimen que siquiera había cometido? Cómico.
-
Yo
no he hecho tal cosa. ¿Para qué lo querría?
-
¡¡Mentiroso!!
Rugió el
hombre y le clavó la daga en la pierna derecha. Sebastian apretó los dientes y
aguantó gritar, por orgullo. El agua seguía cayendo al suelo, esperó paciente…
-
¿¡Quién
va a ser sino!? ¡Hemos acribillado a todos los demonios de Noruega, solo nos
quedas tú!
-
Joseph.
Cierra la boca.
Sacó la daga
con fuerza, buscando que le doliese. Lo logró.
- Si no has
sido tú, Sebastian, ¿Quién ha sido?
- No tengo
ni la menor idea.
No tardó en
reaccionar de nuevo Joseph y le golpeó a la par que gritaba “Mentiroso,
mentiroso”. La rubia le frenó, pero no le hizo salir del círculo, el cual hacía
unos segundos que se había roto…
-
Está
bien, Sebastian. Si no has sido tú y no sabes nada sobre el tema… No nos eres
útil. Lo lamento de veras, pero vas a morir.
Y comenzó a
recitar en voz baja:
“"Exorcizamus
te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas, omnis incursio infernalis
adversarii, omnis legio, omnis congregatio et secta diabolica...
...Ergo, draco maledicte et omnis legio diabolica...
Ut Ecclesiam tuam secura tibi facias libertate servire, te rogamus, audi nos."
...Ergo, draco maledicte et omnis legio diabolica...
Ut Ecclesiam tuam secura tibi facias libertate servire, te rogamus, audi nos."
Notaba
como algo dentro de sí le empujaba hacia fuera, obligándole a abandonar ese
cuerpo. Pero Sebastian era fuerte y se aferraba. Tuvo que comenzar a recitar de
nuevo el exorcismo. Entonces Sebastian reaccionó. Se soltó las cuerdas con fuerza
y agarró por la cabeza al hombre, partiéndole el cuello de inmediato y haciendo
que cayese en redondo al suelo. La mujer había sacado la espada, pero Sebastian
comprendió algo de inmediato y reaccionó con rapidez; un humo negro comenzó a
destilar de la boca del demonio y se introdujo por la boca en el cuerpo del
fallecido. No tardó en abrir los ojos, mientras el anterior cuerpo de Sebastian
caía al suelo como un peso muerto. Se puso en pie y miró a la mujer rubia, ésta
aguantó su mirada unos segundos pero no tardó en salir corriendo del local. Se
mantuvo mirando la puerta unos segundos, seguidamente su anterior cuerpo…
Llevaba toda una vida con él, siempre volvía a éste aunque entrase en el cuerpo
de otro humano durante unos días o segundos. Se arrodilló frente a él y le
abrió la camisa; la herida estaba negra, infestada, pero aún así no pudo
dejarlo ahí. Cogió el cuerpo y lo cargó en brazos para llevarlo a su casa,
donde lo guardó en un baúl con llave en el sótano.




